Es sabido que el debate político conduce a una alarmante simplificación de las alternativas en juego, y en España, donde el aprendizaje de la libertad y la democracia se ha hecho tarde y con dificultades, todavía más.

Por eso, me resisto a tener que responder simplemente con un monosílabo a la pregunta de si son necesarios los recortes. Pero, a la vez, tampoco deseo que la complejidad de la respuesta sea la excusa habitual para evitar responder sobre el tema central.

De manera que vaya por delante que en mi opinión las medidas de austeridad, los recortes si se quiere expresarlo así, son inevitables. Lo son porque, una vez dentro de la zona euro, no existe otra forma de recuperar la competitividad y reducir en las proporciones necesarias el elevadísimo nivel de endeudamiento de nuestra economía, que mediante el ajuste interno de costes y salarios.

Los ajustes y las medidas de austeridad son, pues, necesarios. Pero no son suficientes, ni para restablecer los equilibrios, ni para recuperar el crecimiento, y tampoco existe una única estrategia (es decir, una única manera de hacer las cosas) para llevarlos a cabo, ni está claro que la adoptada sea la más acertada. Es por ello que desearía añadir algunos comentarios:

1) Una cosa es la devaluación interna y otra los recortes del gasto público. Es evidente que existen puntos de conexión (entre otros, la reducción de los salarios de los funcionarios forma parte de la devaluación interna), pero en lo esencial son dos cuestiones diferentes que, interesadamente o no, se confunden con demasiada facilidad.

2) España debe reducir su déficit público. Esto está fuera de cuestión, porque un déficit superior al 9% del PIB no es sostenible y porque, aunque lo fuera, los mercados no están dispuestos a financiarlo en condiciones aceptables. Ahora bien, en primer lugar el ritmo de reducción puede y debe ser más lento, para hacer más llevadero el impacto contractivo en la economía; y en segundo lugar, los países europeos que tienen margen para ello, deberían adoptar políticas expansivas de demanda (por la vía presupuestaria, o incentivando el consumo privado). Es cierto que esto no está solo (o no de forma significativa) en nuestras manos, pero a estas alturas, ésta no puede ser una razón para no tener una política. Si lo fuera, no tendríamos ni política presupuestaria, ni fiscal, ni bancaria.

3) La recuperación de la competitividad (de los costes laborales unitarios) depende de la interacción de dos vectores: la reducción de los costes y el incremento de la productividad. Y ahí se pueden formular dos comentarios. Primero, cuanto más se pueda avanzar en esta segunda línea, menor deberá ser el esfuerzo en términos de ajuste de los salarios reales. Y segundo, los costes salariales son muy importantes, sin duda, para recuperar la competitividad. Pero no son los únicos. En especial, existen costes relevantes asociados al mal funcionamiento y falta de competencia de algunos importantes mercados de servicios.

4) Una de las características más graves y singular de la actual crisis es el desequilibrio en términos de endeudamiento. Las medidas de austeridad ayudan, por supuesto, pero no resuelven por ellas mismas el problema. La historia nos dice que no hay ninguna crisis de sobreendeudamiento que no se acabe solucionando sin un reparto de costes entre deudores y acreedores. En la eurozona la distribución está muy sesgada en contra de los países deudores. De hecho, hasta ahora se ha producido una transferencia de la deuda con acreedores privados de los países ‘fuertes’ a acreedores públicos de éstos y de los otros países. ¿Cómo resolvemos la crisis de sobreendeudamiento sin alguna forma de ‘default’ de nuestra deuda pública o de una quita apreciable de la deuda en manos de acreedores privados exteriores, alternativas ambas simplemente impensables?

5) No se puede hacer política en contra de una mayoría social. Se pueden hacer políticas impopulares y que exijan sacrificios, por supuesto, pero deben contar con el apoyo de una mayoría social. Y para ello son imprescindibles dos condiciones: en primer lugar, debe existir confianza en que estas políticas servirán para resolver los problemas y que, al final del túnel, habrá una salida satisfactoria para el conjunto de la sociedad; y en segundo lugar, los sacrificios deben estar bien repartidos. Estas dos condiciones exigen liderazgo: este hilo invisible que es la confianza de una mayoría social en sus dirigentes cuando éstos deben decirles verdades incómodas y pedirles sacrificios.

Antoni Castells